A quienes simpatizan con el pueblo y/o el Estado de Israel, les preocupa la posibilidad de que Kamala Harris, de convertirse en la próxima presidente de los Estados Unidos, reduzca el apoyo brindado hasta ahora al gobierno de Netanyahu (el cual consideran bajo de por sí), ya sea en forma financiera, militar, diplomática o discursiva. Trump aparece entonces como un candidato mucho más comprometido a defender a Israel, y la evidencia de lo realizado durante su mandato lo convalida.
En contraste, los que tienden a alinearse con los palestinos ven con buenos ojos un cambio de liderazgo dentro del Partido Demócrata (al que suelen votar), y mantienen la esperanza de que la sucesora del actual presidente dé un giro en la aproximación al conflicto teniendo en cuenta que proviene de un sector más radical e ideologizado de los ‘‘liberals’’. Sin dudas, parte de su campaña se basa en recuperar ese votante defraudado con la postura mesurada y tradicional (mostrar apoyo en público, marcar los límites en privado) que hasta ahora ha mantenido la Casa Blanca.
Más allá de estas disputas, el gobierno sigue estando en manos de Joe Biden, quien autorizó el 13 de agosto un nuevo envío de armamento a Israel por alrededor de 20 mil millones, donde van incluidos 50 cazas F-15, vehículos tácticos medianos, misiles para aviones de combate, y municiones para tanques y morteros. Aparentemente, la visita del ministro de defensa israelí Yoav Gallant a Washington hace unas semanas habría ayudado a agilizar el intercambio.
A pesar del uso estratégico que Biden venía haciendo de demorar su concreción para forzar a Netanyahu a posponer o cancelar el avance sobre Rafah, la sóla firma del cheque ha sido suficiente para demoler por completo las acusaciones infundadas provenientes de uno y otro campo, típicas de épocas de campaña.
A los republicanos se les complica seguir insistiendo con que la actual gestión no envía suficiente armamento a las Fuerzas de Defensa de Israel ya que incluso en un momento políticamente sensible, el gobierno con el que Harris se identifica continúa fortaleciendo sus defensas y sosteniendo su accionar bélico en Gaza.
Los demócratas la tendrán más difícil para tratar de convencer a la gente de que la vicepresidente cambiará radicalmente la buena predisposición del Estado americano hacia su aliado en Medio Oriente, dado que a pesar de contar con el apoyo de Biden para derrotar a Trump, no parece querer o poder enviar algún tipo de señal de que ello esté en sus planes.
Cabría pensar que si Kamala estuviese realmente convencida en distanciar a los Estados Unidos del Estado de Israel, se habrían hecho mayores esfuerzos desde el poder ejecutivo en posponer la transacción para ayudar a la candidata a vender mejor su discurso. Que esto no haya sucedido probablemente se debe a la virtual inmutabilidad del apoyo a Israel a nivel de política de estado y al hecho de que el voto de quienes favorecen a Palestina yace ‘‘cautivo’’, en las garras de Kamala, sin otro candidato a quien recurrir sabiendo cuál es la alternativa.
La noticia sirve para confirmar que los Estados Unidos seguirán siendo el sostén de Israel por mucho tiempo y sin importar la volatilidad de la opinión pública a nivel doméstico. El electorado norteamericano haría bien en descartar la noción de que la elección presidencial pueda llegar a modificar el más mínimo detalle al respecto.