Hace unas semanas, en el marco de la 78° Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, dio un discurso ante un auditorio semi vacío. Si bien dejó, fiel a su estilo, algunas frases interesantes, como “el objetivo de la guerra (…) es convertir nuestra tierra, nuestra gente, nuestras vidas, nuestros recursos, en un arma contra ustedes, contra el orden internacional basado en reglas”, parece que la mayoría esta cansado de escucharlo.
La euforia que se podía ver en Kiev hace un año, cuando los ucranianos forzaron una importante retirada rusa de Járkov, se ha desvanecido en gran medida y ha sido reemplazada por un cansancio obstinado. Los soldados que regresan del frente están exhaustos y no les importa admitirlo. Asimismo, se esperaba más de la contraofensiva de este verano.
Las tropas ucranianas, relativamente inexpertas, y sin superioridad aérea, han estado intentando avanzar contra posiciones rusas bien fortificadas. El tiempo que Occidente se tomó para debatir sobre cuáles armas enviar a Ucrania fue utilizado por los rusos para excavar trincheras y colocar minas.
El suministro de equipo militar a Kiev parece ser suficiente para evitar una derrota, pero no para ganar. Un ejemplo de esto es la tardía decisión estadounidense de enviar a Ucrania un número limitado de misiles ATACMS de largo alcance, justo cuando la ofensiva ucraniana está llegando a su fin.
Sin embargo, hay algunos aspectos del accionar ucraniano en la contraofensiva de este verano boreal que se pueden destacar. Los drones se han vuelto un gran recurso: sus bajos costes permiten que casi todas las unidades cuenten con alguno en su equipo y cada dron que explota puede causar costosos daños, en relación con su precio, al enemigo. Ucrania se ha convertido en un laboratorio experimental para la guerra del futuro.
Mientras tanto, Rusia busca recuperar algunos de los territorios perdidos recientemente. Para esto, y para desgastar y acosar al pueblo ucraniano, Rusia aprovecha su abrumadora ventaja en artillería, la columna vertebral de las Fuerzas Armadas rusas, con la que se calcula que dispara actualmente ocho veces más proyectiles por semana que Ucrania. Además, con la ayuda de Irán, Moscú ha logrado reaccionar más rápido de lo pensado a las nuevas posibilidades de la guerra con drones y ha equipado sus fuerzas con miles de estos dispositivos.
En los últimos dos meses, ataques ucranianos con drones han logrado penetrar en el core del territorio ruso y misiles impactaron objetivos relevantes en Crimea. A pesar de esto, y con el otoño inaugurado en el norte, ahora parece improbable que los ucranianos logren dividir el “puente terrestre” ruso hacia Crimea con un avance hacia el Mar Negro o el Mar de Azov.
Estas interminables idas y venidas tácticas y estratégicas no le convienen a nadie más que a Rusia, que, llevando a cabo una guerra de desgaste, tiene la ventaja sobre un combatiente más pequeño. Si bien hay cientos de estimaciones contrapuestas, datos revelados en agosto por el Pentágono muestran una cifra total de 70.000 soldados ucranianos fallecidos. Este número, que fácilmente podría ser mayor, es casi un 10% de los efectivos con los que contaban las Fuerzas Armadas de Ucrania antes de la guerra. Y aunque cada mes aparecen nuevas “armas mágicas” en la inconsecuente discusión occidental, gran parte de las muertes son causadas por ataques con simples morteros de 120mm.
El general Christian Freuding, director del Estado Mayor Conjunto de Planificación y Mando del Ministerio de Defensa alemán, dijo que “nadie espera que la guerra termine en seis meses“. El gobierno alemán está planificando con un “horizonte temporal de 2032”. La definición alemana de victoria, expresó, es restaurar la integridad territorial de Ucrania hasta sus fronteras de 1991, también la posición del gobierno ucraniano. La pregunta difícil es cómo se puede lograr esto.
Niall Ferguson, en una nota de opinión para Bloomberg, realizó un interesante racconto del apoyo occidental al esfuerzo ucraniano. En total, 39 países han brindado o prometido algún tipo de apoyo para Ucrania, lo que suma 250.000 millones de euros.
La Unión Europea (UE) se ha puesto firme en su participación de la guerra que amenaza su continente, y ahora aporta el 53% del total de suministros a Kiev, frente al 37% en febrero. Sin embargo, si vamos país por país, Estados Unidos proporciona un 82% más de apoyo que el que le sigue en la lista, Alemania. Cabe destacar que, si se incluye el costo de alojar a los refugiados ucranianos y se escala la asistencia total en relación con el producto interno bruto (PIB), los países que más hacen por Ucrania son Polonia, los Estados bálticos y República Checa.
Estados Unidos ha asumido compromisos bilaterales con Ucrania por un total de 76.800 millones de dólares, un 0,33% del PIB estadounidense. Si se considera sólo la ayuda militar, Estados Unidos gastó 15 veces más como porcentaje del PIB en la Guerra de Corea, cinco veces más en la Guerra de Vietnam y en la Guerra del Golfo y cuatro veces más en la guerra de Irak.
Otra forma de poner esta guerra en perspectiva es comparar la cantidad que la Unión Europea está gastando en apoyo a Ucrania con su gasto en otros desastres recientes. En este sentido, la UE gastó 10 veces más en la recuperación de la pandemia y cinco veces más en los rescates económicos a países de la eurozona en 2010 y 2012, luego de la crisis del 2008. Desde que comenzó la guerra, Alemania, Italia y el Reino Unido han gastado siete veces más en subsidios energéticos para sus propios ciudadanos que en ayuda a Ucrania.
Lejos de hacer un juicio de valor sobre el asunto, el objetivo es meramente medir el apoyo a Ucrania en términos comparativos. En este sentido, no podemos ignorar que los subsidios energéticos mencionados no serían necesarios si esos mismos países no se hubieran sumado a las sanciones contra Rusia.
Más allá de las mediciones económicas, cabe también analizar la opinión de la gente sobre el apoyo a Kiev. Según Eurobarómetro, la proporción de personas que están “totalmente de acuerdo” con dar la bienvenida a quienes huyen de la guerra se redujo en 19 puntos porcentuales desde el inicio de las hostilidades. La misma tendencia se observa entre quienes están totalmente de acuerdo con la financiación y el suministro de material militar a Ucrania, cuyo apoyo ha bajado 17 puntos.
En Estados Unidos, por su parte, el gasto que conlleva el apoyo a Ucrania está despertando un descontento cada vez mayor, sobre todo entre los sectores conservadores. Una encuesta reciente de la CBS mostró una disminución en el apoyo de los votantes republicanos al envío de armas a Ucrania, del 49% en febrero al 39% en el presente. Por demás, en cuanto al envío de ayuda y suministros, el apoyo entre los republicanos ha caído del 57% al 50%.
Muchos países del llamado Sur Global tienen reparos en apoyar a Ucrania, lo que explica el lenguaje débil del reciente comunicado del G20 sobre el tema. En el nuevo mundo multipolar que se está configurando existen incentivos cada vez mayores para no alinearse totalmente detrás de las potencias occidentales y mantenerse cerca de Rusia y, principalmente, de China. Además, hay una impresión que molesta a líderes e intelectuales del Tercer Mundo, y es que la guerra entre europeos blancos importa más que aquellas en Sudán, Etiopía y el Sahel.
Que Ucrania gane esta guerra y recupere todo el territorio capturado por Rusia desde 2014 parece altamente improbable. En la práctica, ese resultado no será alcanzable sin un colapso del gobierno ruso o de la moral del ejército ruso, ninguno de los cuales parece inminente. En lugar de arriesgarse a una guerra prolongada con el peligro añadido de una disminución del apoyo occidental, Ucrania necesita consolidar lo que ya ha logrado: ha expuesto los límites del poder militar ruso, establecido reclamos creíbles de membresía en la Unión Europea y la OTAN, y transformado su imagen internacional de un antro de corrupción a una tierra de héroes.