La semana pasada The Economist se preguntó si la recesión en la que ha entrado Alemania la vuelve a hacer merecedora del título que el mismo diario le dio en 1999, “el hombre enfermo de Europa”. En los 90s, la economía alemana estaba en problemas debido a los efectos de la reunificación, un mercado de trabajo rígido, alto desempleo y baja demanda de exportaciones; conjunto de cuestiones que fue superado con hábiles reformas, especialmente laborales, durante el gobierno de Gerhard Schröder a principios de los 2000s. Sin embargo, ni Alemania ni el mundo son los mismos que en aquella época, y parece que la potencia germánica está perdiendo fuerza.
Entre 2006 y 2017, la economía alemana tuvo un mejor desempeño que todos sus pares europeos, además de que se mantuvo al ritmo de Estados Unidos. Hoy en día, no obstante, va por el tercer trimestre de contracción o estancamiento seguido, y probablemente sea la única gran economía en decrecer en 2023. En este sentido, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), Alemania crecerá más lentamente que Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y España en los próximos cinco años.
Sin embargo, cabe resaltar que algunos datos macroeconómicos no se ven tan alarmantes cómo en 1999, puesto que hoy, por ejemplo, hay sólo un 3% de desempleo, cuando a finales del siglo pasado el porcentaje alcanzaba los dos dígitos. El problema está en que el modelo económico alemán basado en importar energía barata, especialmente rusa, y materias primas y bienes semi terminados a bajo costo, procesarlos y exportarlos como bienes de alto valor, parece haberse agotado.
El sector industrial, responsable de casi una cuarta parte del valor agregado bruto de la economía alemana, está sufriendo una significativa caída. La acumulación de ordenes industriales debido a la disrupción en las cadenas de suministros producida por la pandemia de COVID-19 había maquillado la situación del sector, pero, a esta altura del año, ya están completándose casi todas las ordenes pendientes.
Ser líderes en campos tradicionales como la industria química, automotriz y de maquinaria pesada, no solo ha sido lo que llevó a Alemania a un gran crecimiento, sino que también se ha posicionado como la razón principal por la que no se ha invertido en industrias más modernas. Además, la obsesión con el orden fiscal ha derivado en baja inversión pública, sobre todo en materia de inversión en tecnologías de la información.
Esta falta de inversión también se hace notar en infraestructura, por ejemplo, ferroviaria, lo que solía ser motivo de orgullo para los alemanes. Tanto es así que Suiza optó por quitar algunas de sus redes de transporte a muchas de las líneas alemanas. En el mismo sentido, cabe recordar que la ministra de Relaciones Exteriores alemana, Annalena Baerbock, canceló su viaje diplomático a Australia la semana pasada luego de que su avión oficial fallara por segunda vez este verano.
Otro gran problema que enfrenta Alemania es el monetario. El aumento de las tasas de interés de la Reserva Federal y del Banco Central Europeo, con el objetivo de frenar la inflación, ha encarecido el crédito. Por esto, tanto empresas como individuos han estado invirtiendo menos que antes, lo cual afecta otros sectores claves como la construcción.
Una burocracia compleja también obstaculiza la economía. Obtener una licencia para abrir un negocio tarda 120 días, el doble que en los países desarrollados de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Esto, sumado a la falta de mano de obra especializada y a los aumentos en los costos de la energía, afecta fuertemente a las pequeñas y medianas empresas, que en Alemania son el 99% del total de las empresas, representan más de la mitad de la producción total, ocupan al 60% de los empleados y son conocidas como la columna vertebral de le economía.
En cuanto a lo geopolítico, vemos que Alemania es, de entre todas las grandes economías occidentales, la que está más expuesta a China. El año pasado, el comercio entre los dos alcanzó 314.000 millones de dólares, y, mientras que uno de los principales productos de intercambio solían ser los autos alemanes, este año, la empresa china BYD ha pasado a dominar el mercado local en el que Volkswagen había sido la líder durante muchos años.
La lista de dificultades sigue, y es la transición energética un tema en el que Alemania ha actuado, a mi entender, de mala manera. El sector industrial alemán usa casi el doble de energía que el segundo mayor consumidor en Europa. En este contexto, viendo que el gas ruso dejó de ser una opción con la guerra en Ucrania, la apuesta por cerrar las centrales nucleares ha pagado increíblemente mal. El exponencial aumento en el precio de la energía ha vuelto las manufacturas alemanas menos competitivas, a la vez que incrementó el costo de vida y la insatisfacción de la población.
Además, existe en el país un problema demográfico. En los próximos cinco años, alrededor de 2 millones de trabajadores, nacidos durante el baby boom posterior a la segunda guerra mundial, se retirarán del mercado laboral. La población envejecida deberá ser suplida por inmigrantes. Si bien el país ya recibió más de 1 millón de refugiados ucranianos, el problema es que la mayoría de ellos son niños, adultos que no trabajan y trabajadores poco calificados. Además, a pesar de haber liberalizado sus reglas inmigratorias, el proceso de visado todavía es lento, y parece que Alemania es mejor recibiendo refugiados que profesionales.
A diferencia de la innegable situación de alto desempleo enfrentada por Schröder durante el cambio de siglo, el clima económico actual parece ser tratado con menos urgencia por la coalición gobernante. El gobierno formado por los Socialdemócratas, los Liberales y los Verdes no parece poner especial atención a los datos macroeconómicos de su país. Incluso si se pusieran de acuerdo en enfrentar el problema, acordar un remedio será difícil en esta coalición tan atomizada. Mientras tanto, el partido populista de derecha Alternativa para Alemania (AfD) alcanza en algunas encuestas un 20% de apoyo, y podría ganar por primera vez un gobierno estatal en las elecciones del año que viene.
Mirar para otro lado y seguir haciendo las cosas como siempre no devolverán a Alemania a la bonanza económica. Los desafíos de una China más desarrollada, los efectos del de-risking occidental, la transición energética y la demografía no pueden ser pasados por alto.
El presidente del Instituto de Kiel (ifW), Moritz Schularick, esbozó una posible salida a la situación alemana en un artículo en el sitio web de su Instituto: “Si Alemania no quiere convertirse una vez más en el ‘hombre enfermo de Europa’, ahora debe poner valientemente su atención en los sectores de crecimiento del mañana en lugar de gastar temerosamente miles de millones para preservar las industrias intensivas en energía de ayer“.