La semana pasada, Bloomberg reportó que, en una reunión en Roma, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, comunicó al presidente de la Cámara de Representante de Estados Unidos Kevin McCarthy que Italia planea retirarse de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, también conocida como Nueva Ruta de la Seda.
Si bien Roma todavía no tomó ninguna decisión y tiene tiempo hasta principios del año que viene para hacerlo, puede que el anuncio público llegue la semana que viene en la cumbre del G7 que se realizará en Hiroshima.
Este cambio en la política exterior italiana se da en medio de un clima de mayor disenso entre las naciones europeas acerca de qué posición tomar respecto a China. Francia, por ejemplo, ha ido hacia el camino contrario cuando, el mes pasado, Macron visitó China.
Antes de ser primera ministra, Meloni ya había catalogado la entrada de Italia a la iniciativa como un “gran error” y, durante su campaña, se mostró opuesta al expansionismo chino en Europa. Tanto es así que, desde que asumió, ha enfocado su política exterior en Europa y Estados Unidos.
Cabe aclarar que, antes de tomar una decisión, Meloni deberá lidiar con la presión de sus compañeros de coalición, Matteo Salvini, del partido Lega, y Silvio Berlusconi, de Forza Italia, ambos con posturas más suaves hacia China y más interesados en los lazos económicos que la iniciativa china puede facilitar.
Este proyecto, conocido en inglés como Belt and Road Iniciative, consiste en una estrategia de desarrollo de infraestructura global impulsada por China en 2013 a la cual Italia se adhirió en 2019 durante el gobierno de Giuseppe Conte. Desde 2021, el acuerdo sino-italiano se encuentra prácticamente congelado luego de la llegada al poder del primer ministro Mario Draghi, quien volcó su política hacia Occidente. Cabe resaltar que, cada cinco años, las partes tienen la oportunidad de retirarse.
Si bien China realizó inversiones en los puertos de Génova y Trieste, el acuerdo no ha tenido demasiadas implicancias materiales ni beneficios para Italia. Según datos provistos por el Centro de Desarrollo y Finanzas Verdes de la Universidad de Fudan, las inversiones chinas en Italia relacionadas a la iniciativa en 2019 fueron de 2.510 millones de dólares, mientras que en 2020 se desplomaron a 810 millones.
Fue la pandemia lo que motivo este cambio brusco. Por un lado, los gobiernos concentraron sus esfuerzos económicos en responder a la crisis sanitaria, mientras que, por el otro, las investigaciones alrededor del origen del virus tensaron las relaciones sino-italianas.
Además, tampoco es posible afirmar que hubo una mejoría en las relaciones económicas en general entre ambos países, ni se observaron diferencias con el resto de los países europeos que no firmaron el memorándum de entendimiento.
Mientras que las exportaciones italianas a China solo crecieron de 13.000 millones a 16.000 millones de dólares desde la entrada en vigor del acuerdo, las exportaciones chinas a Italia aumentaron de 31.000 millones a 57.000 millones de dólares.
Así las cosas, China parece ser el principal beneficiado del acuerdo. Además, desde el punto de vista estratégico y discursivo, tener dentro de su proyecto insignia de desarrollo económico y de proyección de poder blando a un país del G7, miembro de la OTAN y de la Unión Europea, es un gran trofeo para el gigante asiático.
Otro de los puntos polémicos en la relación económica entre estos dos países son los numerosos bloqueos que tuvo que realizar el gobierno italiano para evitar que empresas chinas adquieran negocios italianos en sectores estratégicos. Como si esto fuera poco, hay preocupaciones con respecto a las implicancias de las inversiones chinas en los puertos italianos.
Por último, cabe resaltar que la salida del acuerdo no es fácil y existe un riesgo de que China ponga en práctica represalias económicas y dificulte la actividad de empresas italianas en China.