La Guerra Fría fue un periodo de intensa rivalidad entre potencias mundiales, destacándose la competencia entre la OTAN, liderada por Estados Unidos, y el Pacto de Varsovia, respaldado por la URSS. Esta confrontación fue clave para contener el avance soviético en el siglo XX, pero en el presente siglo se ha visto inadecuada para hacer lo mismo con el avance chino.
En la actualidad, el rol que desempeñó la OTAN para Estados Unidos en el pasado está siendo asumido en gran medida por Japón, que busca contrarrestar la creciente influencia china en la región del Indo-Pacífico. Si Estados Unidos pretende expandir su influencia en esta área estratégica, necesita el apoyo de Japón.
La elección de Japón para este papel no es aleatoria, sino que se fundamenta tanto en motivos históricos como militares. Tras la Segunda Guerra Mundial y la caída de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, que terminaron con la vida de aproximadamente 250 mil personas, la influencia americana sobre Japón fue más que clara. Bajo el argumento de evitar las ideas totalitarias y nacionalistas que surgieron en Alemania tras la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos ocupó Japón hasta abril de 1952. Esta ocupación estadounidense de Japón moldeó la mentalidad y las prácticas del país, orientándolo hacia Occidente.
Además, en años recientes, Japón ha aumentado significativamente su gasto en defensa y ha fortalecido sus lazos militares con Estados Unidos, Australia y el Reino Unido, manifestando una disposición a involucrarse en conflictos internacionales, discutiéndose, por ejemplo, discute el posible rol de Japón en una eventual invasión china a Taiwán. Este Japón, sin miedo a participar activamente en conflictos internacionales, es uno que le conviene a Estados Unidos en este momento de competencia geopolítica.
El 12 de abril, por primera vez desde 2015 un líder japonés, en este caso el primer ministro Fumio Kishida, arribó a la casa blanca para tener una reunión con el presidente, en este caso Joe Biden. En esta reunión participó también Bongbong Marcos, presidente de Filipinas, y en ella se trató principalmente la preocupación de los tres mandatarios por el rol de China en el mar meridional. Esta reunión evidencia el cambio en la relación entre Japón y Estados Unidos en la última década, con Japón comprometiéndose a gastar cerca del 2% de su PIB en defensa y autorizando la transferencia de material militar a Estados Unidos.
A diferencia de los tratados de la OTAN, donde los países dependen unos de otros, los acuerdos estadounidenses en el Indo-Pacífico no tienen esta interacción, lo que dificulta una respuesta rápida y coordinada ante amenazas regionales. Sin embargo, Estados Unidos ha trabajado para establecer acuerdos que contrarresten la influencia china, como el Grupo de los Cuatro (Australia, India, Japón y Estados Unidos), AUKUS (Australia, Reino Unido, Estados Unidos) y la alianza chip 4 (Japón, Corea del Sur, Taiwán y EEUU).
Japón, por su capacidad económica y militar, es central para estas relaciones de un modo en el que otros países de la región no lo son. Sería esperable que el próximo paso en la estrategia estadounidense sea formalizar el rol que tiene Japón en sus intereses en la región, a través de una organización de tratados con diferentes países, con características dependientes entre sí, del mismo modo al que lo es la OTAN.
La alianza entre Estados Unidos y Japón tiene el potencial de desempeñar un papel significativo en el conflicto entre Estados Unidos y China. Al ser Japón un socio estratégico crucial en el Indo-Pacífico, la cooperación militar y política entre ambas naciones podría ejercer una presión considerable sobre China en temas clave como la seguridad regional y la estabilidad económica.