Estados Unidos sostuvo a lo largo de su historia diversas herramientas de política exterior para conformar su bloque y castigar al adversario. Muchas de dichas estrategias son objeto de cuestionamientos acerca de su efectividad para sostener a la nación y sus ambiciones, ya sean herramientas como las sanciones o posicionamientos como el intervencionismo.
En el contexto actual, es pertinente cuestionar la efectividad de establecer una gran cantidad de acuerdos a lo largo de todo el mundo. Específicamente, se deben analizar los pactos de defensa que Estados Unidos establece con todo el mundo, entendiéndolos como alianzas en la que los aliados se comprometen a ayudarse mutuamente en caso de ser atacados.
En sus orígenes, Estados Unidos seguía la idea de George Washington de mantenerse alejados de alianzas permanentes, lo cual posteriormente fue retomado por Thomas Jefferson con la idea de “Paz, comercio y amistad honesta con todas las naciones, enredando alianzas con ninguno”. La estrategia a partir de la Segunda Guerra Mundial rompe con esta posición inicial y se comienza la firma de los pactos de defensa.
La discusión frente a la conveniencia de dichos pactos no se trata de un hecho reciente, sino que los analistas políticos lo vienen instalando hace décadas. En un período inicial de la Guerra Fría surgió la idea de “pactomanía” haciendo referencia a los múltiples tratados y compromisos militares establecidos por Estados Unidos con diversos países. Con ello, el Secretario de Estado John Foster Dulles buscaba resolver la amenaza en los países periféricos.
En 1955, el periodista Cyrus Leo Sulzberger escribía en The New York Times “nos hemos excedido al prometer apoyo militar a demasiados países en un área demasiado extensa”. Para ese momento, se contaban alrededor de 45 naciones en los cinco continentes a los cuales Estados Unidos se había comprometido defender.
Actualmente, contando hasta el año 2015, ese número asciende a 69 países, los cuales representan un 25% de la población mundial y alrededor del 75% de la producción económica mundial. Esto implica una gran cantidad de naciones frente a las cuales Estados Unidos creó una obligación de protegerlos.
Frente a este cambio en política exterior y la mayor profundización que sufrió en estos últimos años, diversos teóricos se posicionaron a favor o en contra de establecer los pactos. Por un lado, se encuentran analistas como Michael Beckley que no ven un gran problema en los pactos.
Beckley argumenta que los líderes norteamericanos tienen la capacidad de ignorar una alianza militar. Además, expone que en algunos casos los tratados desalentaron conflictos. Argumenta que en 62 años encuentra solo cinco episodios de enredo estadounidense: “las crisis del Estrecho de Taiwán de 1954 y 1995-96, la guerra de Vietnam y las intervenciones en Bosnia y Kosovo en la década de 1990”.
Por otro lado, se encuentran aquellos que acusan a estos tratados de crear posibles guerras en las cuales Estados Unidos se vería involucrado a raíz de los mismos. En los últimos meses, diversos líderes acudieron a Estados Unidos para expandir sus pactos de seguridad. Estos incluyen a naciones como Ucrania, Arabia Saudita, Japón, Corea del Sur, Australia y Filipinas. Dichas negociaciones expanden cada vez más las obligaciones de Estados Unidos como proveedor de seguridad a las naciones.
¿Hay un límite a estos compromisos? Internamente, parte de la población y el Congreso expusieron su hartazgo frente a los costosos compromisos bélicos que deben mantener. Externamente, ejemplos como Afganistán ponen en evidencia las consecuencias a la imagen norteamericana frente a un fracaso en la defensa de un país y, consecuentemente, la reducción de la confianza hacia sus promesas. Ciertamente, involucrarse en la defensa de un país no es gratis y asumir compromisos a gran escala puede llevar a graves complicaciones.
La capacidad de Estados Unidos para mantener diversos conflictos también fue puesta en discusión. Recientemente Biden fue cuestionado en una entrevista acerca de la capacidad de mantener dos guerras simultáneas, frente a lo cual defendió “podemos encargarnos de ambos y aún mantener nuestra defensa internacional general”.
Stephen Walt en una nota para Foreign Policy expuso los problemas que pueden surgir de la “pactomanía”, especialmente cuando se realizan con Estados vulnerables que no tienen la capacidad de compartir el peso de la defensa de manera equitativa y terminan resultando más en una especie de “protectorado”.
Para aquellos Estados, se deben considerar una serie de aspectos antes de llevar a cabo el pacto de defensa. Solo tendría sentido el acuerdo si se encuentran en una posición crítica o controla recursos relevantes, y además concuerdan en una cierta agenda que les permita actuar. Además, se deberían tener en cuenta los efectos que el acuerdo tendrá en otras naciones que se sienten amenazadas por el avance de Estados Unidos y sus aliados, pudiendo generar mayores conflictos.
Más allá de la capacidad de incumplir los pactos como argumenta Beckley o ser la nación más poderosa de la historia como expresó Biden, no se pueden ignorar los riesgos de una creciente cantidad de compromisos en todo el mundo, asumiendo cada vez más gastos y posibles futuros conflictos. Los pactos de defensa son solo la expresión formal de los compromisos, pero refleja una discusión más grande acerca del intervencionismo norteamericano.
Frente a ello, se cuestiona si es hora de que Estados Unidos comience a priorizar con mayor rigurosidad en dónde coloca sus promesas de defensa. Esto no significaría dejar de establecer compromisos o eliminar todos los existentes, sino realizarlo con mayor cautela y meditación.
Por eso, se deben establecer no solo cuáles países representan una conexión directa a su seguridad nacional, sino también su capacidad efectiva de sostener diversos conflictos y los posibles riesgos futuros que podría conllevar. Como dijo Walt, “los líderes estadounidenses deberían pensar detenidamente si un nuevo compromiso vale lo que podría terminar costando en el futuro”.