En la mañana del 29 de octubre, la República de Chechenia, en la Federación Rusa, fue atacada con drones provenientes desde Ucrania, según fuentes oficiales. Este ataque representa la primera vez que el territorio de la república del norte del Cáucaso sufre una agresión de tal magnitud desde el inicio del conflicto en 2022.
Como consecuencia, el ataque provocó un grave incendio en el techo del establecimiento militar, que las autoridades locales finalmente lograron desactivar. Según el Kremlin, el establecimiento adiestró a más de 47.000 soldados, quienes fueron desplegados en el frente durante los últimos dos años.
De forma inmediata, el Jefe de la República, Ramzán Kadírov, visitó el lugar del incidente y se pronunció sobre el hecho horas más tarde, afirmando en su canal oficial de Telegram que “el ataque en sí requiere severas medidas de represalia contra sus iniciadores, en la persona del régimen de Kiev”, afirmando tajantemente que respondería “a cualquier provocación con mayor dureza y decisión”. Mientras tanto, desde la capital ucraniana no hubo respuesta alguna sobre el ataque ni las acusaciones del caudillo checheno.
Dicha represalia tardó menos de un día en hacerse efectiva. En la madrugada del día 30 de octubre, se ordenó un ataque con dos drones kamikaze de fabricación iraní Geran-2, hacia Kiev, que impactaron en el edificio del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Ucrania dejando “alrededor de 9 muertos y 17 heridos” según comunicaciones interceptadas por las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia.
El mensaje de Kadírov no solo revalida su apoyo a la campaña impulsada por el Kremlin en Ucrania, donde sus tropas se han destacado en las primeras líneas desde el inicio, sino que también intenta despejar los rumores sobre un posible ataque de orígen interno. Esto surge a raíz del inicio de las tensiones con la vecina República de Daguestán, donde según Kadirov, se tramó un intento de asesinato en su contra a principios de octubre, acusación que se suma a las ocasionales críticas a la conducción de la guerra.
Es importante destacar que Chechenia es un aliado militar sumamente valioso para el presidente Vladímir Putin, no solo a partir del conflicto de Ucrania, sino desde hace varias décadas.
En 1999, luego del batacazo de los separatistas chechenos-ichkerianos (que consolidaron su independencia de facto) y en la antesala de la segunda guerra, se selló un histórico pacto entre Putin y Ajmat Kadírov, un importante “señor de la guerra” y ex militante rebelde. Aquel acuerdo resultó en la designación del propio Kadírov como “Jefe de la Administración de la República Chechena”, imponiéndose un gobierno prorruso en Grozni con la tarea de mantener a raya al ya debilitado movimiento nacionalista de Ichkeria, que había virado hacia el fundamentalismo islámico con apoyo de Al-Qaeda.
De esta forma, el checheno pasaría a gobernar la región a cambio de prestar apoyo incondicional a las políticas de Moscú, que gradualmente retiró a sus tropas de la zona para que las fuerzas locales, financiadas fuertemente por el poder central, ocupasen su lugar en una campaña que culminó hacia la década del 2010, con los principales separatistas muertos o exiliados de la región.
Vale mencionar que Ajmat Kadírov murió en 2004 tras sufrir un atentado durante un desfile militar por el Día de la Victoria en el Estadio Dínamo de Grozni, dejando acéfalo el liderazgo de la república que, luego de un breve interludio, fue ocupado por su hijo Ramzán, quien detenta el cargo actualmente.
Pero, ¿Por qué los chechenos son tan importantes en el ámbito militar?
La respuesta está en el entrenamiento y la moral del pueblo, componentes fuertemente sostenidos por la tradición y la religión.
Chechenia, al igual que sus vecinas Ingushetia, Daguestán y Osetia, ha sido históricamente foco de conflictos y acontecimientos sangrientos, en donde su pueblo experimentó horrores como hambrunas, destrucción de sus propiedades y desplazamientos forzados, pero a pesar de todo, combatieron en defensa de su suelo durante siglos, lo que ha engendrado un robusto espíritu guerrero en su tradición. A todo esto se suma el fuerte sentimiento islámico suní, siempre predominante en la sociedad.
Por otro lado, el entrenamiento y la disciplina militar resultan fundamentales para entender su valor en combate. Enraizado en la tradición guerrera, en las familias se alienta a los niños desde cortas edades a practicar deportes de contacto, e incluso a aprender el manejo de armamento. Una muestra de esto último fue la polémica declaración de Kadírov sobre enviar a sus hijos adolescentes al frente ucraniano en el año 2022, señalando que su adiestramiento había comenzado cuando eran aún menores y que había llegado el momento de que combatieran.
En cuanto a la participación chechena en Ucrania, y como se dijo anteriormente, desde el inicio de la “Operación Militar Especial”, lanzada el día 24 de febrero de 2022, miles de “kadirovitas” han operado en las primeras líneas de combate, destacando en batallas cruciales como la ofensiva de Kiev y el sitio de Mariúpol. Actualmente se encuentran operando exclusivamente en el frente del Donbás, donde parecen haber asumido el rol del grupo paramilitar “Wagner” tras la trágica muerte de su líder Yevgeni Prigozhin a mediados del año pasado.
Curiosamente, dentro de las Fuerzas Armadas ucranianas existen batallones conformados por chechenos que reivindican al gobierno en exilio de la República de Ichkeria. Entre ellos destacan el batallón “Sheikh Mansour”, que mantiene fuertes lazos con células fundamentalistas en Medio Oriente, y la unidad “Dzhojar Dudayev”, nombrada por el presidente nacionalista que comandó la victoria de los separatistas en 1996.
En conclusión, el reciente ataque en la Universidad de las Spetsnaz en Gudermes, aunque no adjudicado por ningún estado o entidad (más allá de la sospecha de Ucrania) enciende las alarmas y aviva las tensiones en una región que goza de cierta paz bajo el régimen de Kadírov, quien ya lleva más de una década y media ininterrumpida en el poder.
En esta oportunidad, el uso de drones y vehículos aéreos no tripulados revive los viejos fantasmas de la guerra en el territorio checheno, como ocurrió en el año 1994 con la contrainsurgencia ordenada por Boris Yeltsin y, de forma más dramática, en 1999, cuando Putin dio la orden de arrasar Grozni con un brutal bombardeo, reduciendo la capital a sangre, escombros y cenizas.