Al margen de las guerras, el terrorismo, la proliferación de armas nucleares y demás peligros del mundo contemporáneo, la sociedad se ve amenazada a nivel mundial por un fenómeno más silencioso, la caída de las tasas de natalidad.
El principal ejemplo de esta problemática es Japón, que en 1989, mientras el crecimiento económico parecía no tener limites, registró mínimos históricos en sus tasas de fertilidad. Desde ese momento hasta la actualidad, el gobierno japonés ha realizado incontables esfuerzos para encontrar una solución a este problema, sin éxito. En los 90, ya se habría advertido que si los nacimientos seguían disminuyendo, las consecuencias serían desastrosas. Hoy, con el aumento de la esperanza de vida, la sociedad japonesa envejece cada vez más, mientras la tendencia demográfica no puede revertirse.
En estos 30 años, el gobierno implementó numerosas políticas para incentivar a la población a tener más hijos, desde el aumento de las licencias por maternidad hasta el subsidio de cupos en guarderías y la reducción de la jornada laboral. Sin embargo, ninguno de estos intentos tuvo éxito. El año pasado, la tasa de fertilidad en Japón promedió en 1,2.
La tasa de felidad suele expresarse como el número de nacimientos por cada 1,000 mujeres en edad fértil (generalmente de 15 a 49 años) en un año determinado.
Japón, anticipo de una crisis global en ciernes
Actualmente, el mundo parece estar recorriendo el mismo camino que la sociedad nipona. Según un infome de la ONU publicado en 2019, la mitad de la población mundial vive en países donde la tasa de fertilidad ha caído por debajo de la “tasa de reemplazo” de 2,1 nacimientos por mujer.
La tasa de reemplazo es el nivel de fertilidad necesario para que la población de un país se mantenga estable a lo largo del tiempo (sin tener en cuenta la inmigración). Si la tasa de fertilidad se sitúa por debajo de la tasa de reemplazo, es una señal de que la población empezará a disminuir con el tiempo.
La disminución de la población puede tener graves consecuencias, como la reducción de la fuerza laboral (cada vez menos gente en edad de trabajar) y el aumento de la presión sobre el sistema jubilatorio.
Si cada vez nacen menos personas, y al mismo tiempo la esperanza de vida es cada vez mayor, la desproporción entre jubilados y personas en edad de trabajar será cada vez más difícil de sostener. Al mismo tiempo, la reducción de la población impacta negativamente en la economía, disminuyendo la demanda de bienes y servicios.
Mientras tanto, Argentina no es ajena a esta crisis. Según cifras del último censo, el promedio de hijos por mujer bajó de 1,7 en 2001 a 1,4 en 2022, en el marco de una disminución de la fertilidad que viene de hace décadas.