Desde el comienzo de la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022, los países europeos han caído en la cuenta de que por primera vez en décadas necesitan una moderna y eficiente industria militar. Al poco tiempo de anunciadas las hostilidades el presidente frances Emmanuel Macron afirmó “necesitamos una economía de guerra”. Sin embargo, en los dos años subsiguientes el continente aún no ha logrado una constructiva interacción entre el sector privado y las demandas de los estados.
La raíz del problema radica en la estructura de la industria y su relación con los gobiernos de los países europeos. En Estados Unidos existe una ley denominada de Producción para la Defensa que permite al gobierno federal priorizar la producción de bienes necesarios para la seguridad nacional del país. Esto le da a la administración la capacidad de ordenar a fábricas privadas que produzcan determinadas cantidades, con determinadas prioridades y con estándares precisos para abastecer a sus Fuerzas Armadas. Esta regulación también pone un límite a las fluctuaciones de precio que pueden sufrir los contratos firmados.
Por el contrario, la Unión Europea no posee leyes similares y debe tratar a la industria armamentística como un negocio más, generando contratos de estado a empresa bajo las condiciones de precio imperantes en el mercado en cada momento. Como consecuencia, los proyectiles de artillería de 155 mm que antes de la guerra se pagaban en Europa $2.100 dólares la unidad, hoy en día cuestan $8.400, mientras que Estados Unidos los paga $3.000 dólares.
Al no poder ordenarle a las empresas que inviertan en automatización, contraten turnos dobles o que construyan nuevas instalaciones, los países europeos quedan a merced de los incentivos de mercado, esto es, a la firma de contratos. Solo pueden incentivar la producción de los tan necesarios equipamientos militares, una vez que se han anunciado en firme propuestas presupuestarias.
Muchas de las principales firmas productoras de armamento como Airbus SE, ThyssenKrupp AG, BAE Systems Plc, Thales SA, Leonardo, Safran y SAAB, se han dedicado a la producción de productos limitados en número con un alto nivel tecnológico. La guerra ucraniana ha demostrado que también hacen falta grandes cantidades de armas más básicas y producidas en masa, sobre todo la enorme cantidad de proyectiles de artillería.
A esto se suma el problema de stocks militares. Recientemente, la Unión Europea anunció el envío de 1 millón de proyectiles de 155 mm a Ucrania, pero la capacidad de producción anual de estos en todo el continente apenas llega a unos 300.000 proyectiles.
De esta forma, Europa no solo debe rearmarse frente a las crecientes agresiones rusas, sino que primero debe reconstituir sus vaciados arsenales. El ex subjefe de Defensa de Bélgica, el general Mark Thys aseguró: “hay muchas ilusiones… la gente subestima el tiempo necesario para realizar los proyectos. El tejido industrial en Europa no es lo suficientemente fuerte como para sostener a Ucrania”. Solo en el caso de Bélgica, se necesitan entre $5 y $7 mil millones de dólares para dotar a sus Fuerzas Armadas con suficientes municiones para luchar una guerra de dos meses.
El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, aseguró que la Unión Europea puede llegar a invertir $600 mil millones de dólares en Defensa en los próximos 10 años. Para esto, la interacción entre el mercado y el estado en la provisión de elementos esenciales para la seguridad continental europea debe funcionar mejor. Los problemas en las cadenas de suministro, la especialización y consolidación de los productores de armas europeos se explican en mayor medida de forma cultural.
Luego de décadas de protección de Estados Unidos, sumado a la reducción de gastos militares tras el final de la Guerra Fría, las cadenas de integración entre industria y fuerzas armadas para enfrentar un posible conflicto a gran escala se deterioraron. Se redujo la competencia y se priorizaron productos tecnológicos por sobre las provisiones de arsenales. Existe una voluntad en Europa para garantizar la seguridad continental, más aún cuando está en duda el compromiso de una posible administración republicana con la OTAN, pero resta ver cómo el continente logrará volver a poner en funcionamiento su industria militar.