Radar Austral

La política francesa es lo que Macron quiere que sea

Macron nombra como Primer Ministro a Michel Barnier, de Les Républicains.

Publicado el 9 de septiembre de 2024 por Facundo Mosovich García
La política francesa es lo que Macron quiere que sea

Luego de más de dos meses desde la elección del 7 de julio, que coronó al Nuevo Frente Popular (NFP) y dejó a la coalición Ensemble creada por Macron en segunda posición, en lo que fue interpretado como un rechazo de la mayoría francesa a un gobierno de derecha, Macron ha seleccionado un nuevo Primer Ministro… de centro-derecha.

Michel Barnier es un político francés de larga trayectoria y cuyas consignas en pasadas elecciones son mucho más cercanas a la centro-derecha que a la centro-izquierda. Mientras se presentaba como candidato a presidente en 2021-2022, se mostró a favor de controlar y limitar la inmigración, fortalecer el sistema de seguridad con la construcción de cárceles y la simplificación o agilización del proceso judicial en ciertos casos, proteger a la industria nacional como forma de enfrentar el euroescepticismo, bajar impuestos a la producción y a los salarios e instaurar una política fiscal ortodoxa —al menos para Francia— . Asimismo, ha promovido el establecimiento de la edad jubilatoria en 65 años, y la colaboración más que la confrontación con el sector privado en materia medioambiental, donde también defendió el regreso a la inversión en energía nuclear. Además ocupó varios puestos en la Unión Europea y se destacó por su participación en las negociaciones del Brexit.

Michel Barnier, conocido como «Mr. Brexit»

Para comprender cómo se llegó a esta situación es clave analizar la forma en la que se elige el Primer Ministro en el sistema francés y los intereses -anunciados y ocultos- de los distintos partidos, así como el rol que juegan las coaliciones de izquierda y de derecha como controladores conjuntos del futuro gobierno del Primer Ministro recién electo.

A diferencia de muchos otros países europeos, que suelen contar con un sistema parlamentario —ya sea con o sin la figura de un monarca— , La République francesa tiene un sistema semipresidencialista. Entre otras características, este régimen supone que, si bien el Poder Legislativo tiene bastante peso a la hora de formar un gobierno, que debiera reflejar la composición del Parlamento, el jefe del mismo —en este caso el Primer Ministro— no es seleccionado formalmente por los legisladores sino por el Presidente.

Precisamente, el reciente nombramiento de un miembro de Les Républicains (LR) para el puesto generó una fuerte polémica y acusaciones de coup d’état provenientes del NFP, que se afirma merecedor del gobierno al haber triunfado en las elecciones. Cabe mencionar que LR quedó cuarto en los resultados electorales, y sus miembros han colaborado con el partido de Macron durante los últimos años, a excepción de los que se pasaron a las filas de Reagrupamiento Nacional (RN)

El presidente francés, quien ha probado ser, desde hace tiempo, un formidable animal político, unió fuerzas con la izquierda durante la segunda vuelta en todas aquellas circunscripciones en las que el candidato de la derecha tuviera chances de ganar. Sin embargo, a la hora de formar gobierno aisló a sus aliados provisorios, que además de divididos entre sí, se encuentran completamente fuera del poder, tanto en términos de cargos políticos como de medidas programáticas. Esta ironía —que además de recordarles a algunos al Perón de los 70s— se suma al insólito hecho de que los républicains estén a cargo del gobierno y a que el visto bueno de Marine Le Pen haya sido más importante que el de Jean-Luc Mélenchon —líder de Francia Insumisa, el partido más votado dentro de la coalición NFP— para elegir al Primer Ministro.

Xavier Bertrand de LR y Bernard Cazeneuve del Partido Socialista fueron descartados ante la advertencia de la ex-presidente del RN de que su bloque presentaría moción de censura de inmediato, la cual probablemente sería acompañada por otros partidos.

La Asamblea Nacional se encuentra tan fragmentada que ningún partido puede garantizar que un Primer Ministro propio no enfrentaría, más rápido que tarde, una destitución. Una hipótesis inicial sugería que, aprovechando la circunstancias, Macron podría llegar a arriesgar una cohabitación con Mélenchon u otro izquierdista para que el bloqueo al que el gobierno se vería expuesto le impidiese realizar reformas y lo debilitara ante la opinión pública. Al final parece haber priorizado la gobernabilidad dando su voto de confianza al mandatario al que RN no buscará destituir de inmediato.

A pesar de que Mélenchon y Le Pen estén ‘‘obligados’’ a quejarse discursivamente, debido a que el nombramiento de Barnier luzca como una negación de la democracia  y  la  representatividad,  es  probable  que  ambos  se  fortalezcan gradualmente durante el período de gobierno centrista y lleguen bien parados a las elecciones presidenciales de 2027. Estos comicios prometen ser mucho más polarizados ya que presentan a dos partidos opuestos ideológicamente, fuertes en cuanto al número de bancas, y con ansias de gobernar luego de años de espera y denegación del Presidente. Sería extraño que Macron no haya previsto tal escenario al elegir al Primer Ministro. De este modo, es probable que confíe mucho en la capacidad del nuevo gobierno de ‘‘balancear’’ la política francesa frente a las amenazas de extremismo —sea esta amenaza real o no— o bien tenga preparado algún as bajo la manga, como siempre sucede, para el desconcierto de todo analista político.

Para los inversores y aquellos que miran atentamente las cuentas fiscales y financieras del Estado más grande del mundo —en términos de participación del sector público en el PBI— quizás la conformación del gobierno sea una mala noticia. Cuando los máximos funcionarios son irresponsables a la hora de gastar dinero, ‘‘el mejor gobierno es el que menos gobierna’’.

No obstante, la probabilidad de una medida osada fiscalmente, es baja. Con la hostilidad que enfrenta a su izquierda y derecha, el gobierno combinado del Renaissance de Macron y los Républicains de Éric Ciotti, no puede permitirse políticas innovadoras ni revolucionarias. Su éxito electoral futuro depende de su capacidad de navegación de la actual tormenta que azota al sistema político francés.

Si el Jefe de Estado francés tiene éxito en satisfacer algunas demandas de ambos lados del eje político —las cuales pueden incluir el mantenimiento o la reforma del sistema de pensiones, el endurecimiento o no de las leyes de inmigración, la suba de impuestos a la riqueza o la baja de los mismos para sectores trabajadores, el aumento del gasto en servicios públicos, etc.— y en alejar a la sociedad del actual escenario convulsionado y centrífugo mediante la instalación discursiva de la amenaza de ‘‘los extremos’’, forzará al electorado a regresar a su usual tendencia a votar al centro y habrá deconstruido y reconstruido la política francesa de la habilidosa manera a la que tiene acostumbrados a todos sus espectadores.

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