El histórico conflicto en el sur del Cáucaso entre Armenia y Azerbaiyán por la región de Nagorno-Karabaj parecería encaminarse, tras décadas de guerra y negociaciones fallidas, a una resolución pacífica luego de los drásticos cambios que sufrió el balance de poder en la zona disputada durante los últimos años.
Esto sucede específicamente a partir de la guerra de 2020 en la cual Azerbaiyán triunfó luego de 44 días de combate y un cese de fuego tripartito, mediado por Rusia, en el cual se le reconocieron ganancias territoriales tras la ocupación de aproximadamente dos tercios de la República de Artsaj, luego disuelta a partir del bloqueo y la ofensiva de 2023.
Este choque post-soviético encuentra sus orígenes modernos en 1987, cuando la población mayoritariamente armenia del Óblast Autónomo de Nagorno-Karabaj, en ese momento bajo control administrativo de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán (que obedeció a una decisión propia de la política fronteriza soviética durante la era de Iósif Stalin), comenzó a manifestarse a favor de una anexión a la RSS de Armenia.
Aprovechando el clima independentista en las repúblicas soviéticas de los tardíos años 80´, y en línea con la política aperturista de Mijaíl Gorbachov con la Glasnost, el reclamo por la independencia karabají se manifestó mediante un plebiscito que arrojó resultados unánimes en favor de la separación de Azerbaiyán. Más tarde, con la independencia de Azerbaiyán en 1991, el gobierno de Bakú eliminó el estatus autónomo de Nagorno-Karabaj heredado de la Unión Soviética, a lo que los habitantes de la región montañosa respondieron con la declaración de la independencia de la República de Nagorno-Karabaj, también conocida como Artsaj.
A partir de estos hechos, estalló el conflicto con la población azerí, que denunció el hecho como secesionista por considerar a la región como parte integral de su nación, iniciando a un clima de violencia étnica sin precedentes hacia los armenios en el país, plasmandose en episodios como los pogromos en las ciudades de Bakú, Sumgait y Ganja.
Los ánimos violentos, ya entre naciones soberanas e independientes de la URSS, escalaron paulatinamente en los años sucesivos hasta llegar a los primeros choques entre unidades militares a principios de los 90´, con sangrientas batallas en formato de guerra de guerrillas, bombardeos feroces, crímenes de guerra y miles de muertos y desplazados.
Hacia 1994, las tropas de Nagorno-Karabaj, con apoyo armenio, lograron victorias estratégicas en las batallas de Shushí y Lachin de 1992, logrando avanzar en 1993 hacia distritos adyacentes al antiguo Óblast Autónomo, creando así una buffer zone, o cinturón de seguridad militarizado, próximo a la línea de contacto, que se mantuvo hasta 2020.
Con la evidente derrota militar, las autoridades azeríes aceptaron el cese de fuego que dictaminó la victoria armenia por medio del Protocolo de Bishkek en 1994, logrando los armenios un statu quo favorable que se mantuvo congelado por más de 25 años, con escaramuzas y crisis fronterizas de por medio.
En los años previos al conflicto de 2020, Azerbaiyán aumentó notablemente su capacidad armamentística para afrontar un futuro recrudecimiento contra una Armenia relativamente débil, con armamento envejecido y alejada de su histórico aliado Rusia.
La superioridad por sobre las fuerzas armenias, en parte gracias al uso de tecnología sofisticada como los drones Bayraktar TB-2, de origen turco, se hizo notar en apenas 44 días de combate. Azerbaiyán, con importante apoyo de Turquía e Israel, logró enormes ganancias territoriales como resultado, incluyendo el estratégico corredor de Lachin (que significaba la única vía de transporte terrestre hacia Armenia), la histórica ciudad de Shushí, también de importancia estratégica y cultural para los armenios, al igual que varios de los distritos circundantes que conformaban la zona de seguridad.
Así, Artsaj quedó en una situación de vulnerabilidad política y militar total, mientras que Azerbaiyán inclinaba la balanza de poder hacia su lado luego de dos décadas, aprovechando muy bien el contexto internacional acercándose de manera pragmática a Rusia en el marco del conflicto en Ucrania, debido a sus intereses en el mercado de hidrocarburos (principalmente gas natural) a partir de las sanciones occidentales a Moscú, sin despegarse de la Unión Europea, con quien cerró un jugoso acuerdo energético en 2022.
Aproximándonos a septiembre del 2023, durante dos años Azerbaiyán continuó con su política agresiva instalando puestos de control militares en zonas de la ya muy reducida Artsaj, ante la actitud permisiva de las fuerzas de paz rusas estacionadas en la región como parte del acuerdo de alto al fuego de 2020.
En ese contexto, a fines del 2022 se efectuó un bloqueo del corredor de Lachin por parte de ciudadanos y efectivos azeríes bajo pretextos ambientalistas extendido por nueve meses, provocando una grave crisis humanitaria que fue denunciada por el ex-fiscal argentino ante la Corte Penal Internacional Luis Moreno Ocampo, acusando el hecho como el inicio de un potencial genocidio.
La situación tuvo su punto cúlmine en la ofensiva del 27 de septiembre de 2023, cuando comandos especiales azeríes con apoyo de artillería vencieron sin dificultades a la diezmadas Fuerzas de Defensa de Artsaj, tomando la capital Stepanakert e instando al cese de fuego con la condición de la disolución total de la República para el 1 de enero de 2024.
La situación humanitaria empeoró, ya que los aproximadamente 120.000 armenios que habitaban la región fueron forzados a huir de sus hogares hacia Armenia. Mientras tanto, con Nagorno-Karabaj deshabitado casi en su totalidad, el gobierno central de Azerbaiyán emprendió un proceso de “desarmenización” de la región, promoviendo el traslado de viejos refugiados azeríes a la misma con el objetivo de poblar y remodelar ciudades abandonadas.
A partir de la disolución de Artsaj, el líder azerí Ilham Aliyev pasó a considerar el conflicto como concluido, dirigiendo actualmente todos sus esfuerzos hacia la negociación de un tratado de paz definitivo con Armenia, luego de múltiples intentos fallidos de ambas partes en el pasado.
El premier armenio Nikol Pashinian, ante las adversas condiciones geopolíticas debido a la evidente reconfiguración de poderes y sumado a las consecuencias del acercamiento de su gestión hacia Europa y Estados Unidos, en detrimento de la relación histórica con el hegemón regional Rusia (hoy aliado estratégico de Azerbaiyán), se muestra dispuesto a aceptar el proceso de paz a todo costo, llegando a decretar el traspaso de territorios fronterizos, reconocidos como enclaves azeríes heredados de la época soviética, con el fin de asegurar la paz en el marco del proceso de demarcación de fronteras, despertando así grandes protestas ciudadanas en Ereván tildando al líder armenio de entreguista y pidiendo su renuncia, contribuyendo todo esto al ciclo de caída de su imagen iniciado con la derrota en 2020.
En cuanto a las negociaciones entre ambos países, anteriormente, las aproximaciones a la paz resultaban truncas en todas las oportunidades en las que sus representantes se veían las caras (incluso con la mediación de potencias y organizaciones internacionales), debido a que las condiciones que sugería una parte resultaban inaceptables para la otra, suspendiendo las charlas y dando vía libre a la reanudación de la violencia.
En cambio hoy, con un statu quo diferente, una solución definitiva se ve posible, con el cese de las acciones militares en septiembre y la convicción, tanto de Aliyev como de Pashinian, de lograr un acuerdo con vistas a una normalización total de las relaciones diplomáticas, inexistentes desde la independencia de ambos países en 1991, que incluyen, entre otros términos, la demarcación fronteriza y el reconocimiento mutuo de la integridad territorial, el intercambio de prisioneros de guerra, al igual que el recientemente descartado “corredor de Zangezur” por parte de Azerbaiyán, que fue una pretensión surgida del acuerdo del 2020, y que hubiera servido como única conexión terrestre entre el sur de Azerbaiyán y su enclave autónomo Najicheván, traspasando la provincia armenia de Syunik.
Obviamente las controversias persisten, como se observa con la presión de Aliyev por una reforma de la Constitución de Armenia como condición necesaria para la paz, debido a que esta contiene lenguaje referente a la reivindicación histórica de Nagorno-Karabaj, a lo que Pashinian todavía no respondió de manera contundente, debido al choque entre su agenda de paz decididamente realista desde la derrota y los crecientes ánimos nacionalistas de una población sumamente enojada por las concesiones.
Sobre la situación de los desplazados producto de la ofensiva final, Armenia evitó incluir al asunto como parte integral en el proceso de paz, mientras que organismos internacionales como la Unión Europea, con su representación oficial en el Cáucaso, exigen que Azerbaiyán posibilite el retorno seguro y digno de la población desplazada por la fuerza en septiembre pasado. Los gobiernos de Estados Unidos, Francia e Irán, que buscan contrabalancear a Azerbaiyán, propinaron reclamos similares al país del Mar Caspio.
A pesar de los problemas históricos anteriormente expuestos, y como se dijo, la paz entre Armenia y Azerbaiyán está más cerca que nunca de concretarse. El inicio de intercambio de prisioneros y las delimitaciones en la frontera norte, sumado a la reciente renuncia de pretensiones azeríes que obstaculizaban el proceso como el corredor de Zangezur, son una realidad que refleja el notable avance de las charlas y negociaciones bilaterales, a pesar de ciertas controversias y episodios de desconfianza típicos de países que arrastran una longeva enemistad. Debido a todos los recientes procesos importantes de cambio descritos, hoy la voluntad política de ambas partes para llegar a un acuerdo de paz definitivo parece existir, y esto es digno de resaltar enfáticamente, ya que hasta hace muy poco tiempo era un pensamiento totalmente descabellado.