En este marco, parece que Londres deberá equilibrar, sino moderar, sus ambiciones entre el Indo-Pacifico y los compromisos en el frente europeo.
La marina en su punto más débil
Al igual que el portaaviones HMS Queen Elizabeth, de los seis destructores Tipo 45 que componen la columna vertebral del despliegue naval británico, cuatro están actualmente en astilleros para actualizaciones y reparaciones. Esta situación deja a la Royal Navy con una flota de superficie activa de tan solo un portaaviones, el HMS Prince of Wales y ocho buques principales, el nivel más bajo en su historia moderna.
Tal panorama contrasta, por ejemplo, con el punto álgido de la Segunda Guerra Mundial, cuando la flota de superficie británica contaba con más de 800 buques operativos.
Incluso durante la Guerra de Malvinas, la armada británica sostenía una fuerza de superficie considerable entre los 60 y 65 buques disponibles. La por entonces Task Force que enfrentó a las Fuerzas Armadas de la Argentina contaba con dos portaviones, el HMS Hermes y el HMS Invencible, y cerca de 40 buques escolta, entre los destructores clase County y Tipo 42, las fragatas de clase Leander, Amazon y Broadsword, y diversos buques para tareas auxiliares, logísticas y de desembarco anfibio.
Actualmente, y con tan pocos buques navegando, el portaaviones HMS Prince of Wales ve considerablemente reducidas sus capacidades defensivas, como así también la posibilidad de desplegarse en todos los escenarios donde el Reino Unido pretende sostener su presencia naval.
Tanto drástica como progresiva, la notable disminución del poderío aeronaval británico refleja las constantes restricciones presupuestarias, como también la reorientación estratégica hacia capacidades más especializadas. Sin embargo, esta reducción plantea interrogantes sobre la voluntad real que existe en el Reino Unido para sostener una armada capaz de responder rápidamente a amenazas emergentes y mantener sus compromisos con la seguridad global.
Un dilema de prioridades estratégicas
En este escenario, Londres enfrenta un dilema clásico: dispersar sus esfuerzos para cumplir con todos sus compromisos globales o concentrar sus recursos en los escenarios considerados “prioritarios”. Con limitados recursos navales, el objetivo de reforzar su presencia en el Indo-Pacifico choca inexorablemente con la urgencia de garantizar la seguridad europea, por lo que el planteamiento de sostener ambas estrategias en simultáneo se torna prácticamente imposible en el corto plazo.
Desafíos en el Indo-Pacífico
La política de la “Global Britain” tal como se plasmó en la Revisión Estratégica de la Seguridad y Defensa de 2021, enfatiza la necesidad de que el Reino Unido se involucre de forma más decidida en la región del Indo-Pacifico. ¿El objetivo? Garantizar la estabilidad regional y asegurar la libertad de navegación, en base al respeto de las normas del derecho internacional del mar, lineamiento que resulta contrario a las ambiciones regionales de China y sus reclamos de reforma normativa global.
En ese sentido se ha promovido la participación británica en la alianza AUKUS junto a Australia y Estados Unidos, así como los despliegues de buques en el Mar de China Meridional. Pero sin una flota lo suficientemente robusta y operando en los límites de su capacidad, este compromiso corre el riesgo de convertirse en simbólico más que sustancial.
Proyectar poder aeronaval de forma segura, requiere de la imprescindible escolta de buques de superficie y submarinos. Pero la disponibilidad limitada de destructores Tipo 45 y fragatas Tipo 23 plantea dudas respecto de las capacidades británicas para sostener operaciones simultáneas en el Mar del Sur de China y el Atlántico Norte.
Presión en el frente europeo
En paralelo, el Reino Unido desempeña un rol crucial en la defensa europea, particularmente en el apoyo a Ucrania frente a la agresión rusa. Esto incluye el suministro de armamento, entrenamiento y liderazgo en iniciativas de la OTAN.
Recientemente, el Ministerio de Defensa británico anunció un paquete de más de USD 210 millones para proveer a Ucrania 650 sistemas de misiles ligeros multifunción (LMM), el cual se sumará a los USD 44 millones que hace hace unos días se autorizaron para asistir a los ucranianos en la reparación y mantenimiento de su red eléctrica.
Pero las crecientes tensiones con Rusia exigen el sostenimiento de una fuerte presencia naval tanto en el Mar del Norte como en el resto del Atlántico Norte. En caso de confrontación directa, la defensa aérea por medios navales se torna decisiva, y con pocos recursos disponibles el desafío se agrava.
Tal es así que incluso varios miembros de la Cámara de los Comunes se han mostrado preocupados por la seguridad anti-misiles del Reino Unido. Por un lado, Mike Marin, del Partido Liberal catalogó la información recibida como “extremadamente preocupante”. Según sus palabras, con solamente dos destructores no es posible defender a Londres, y mucho menos al Reino Unido. “Está claro que si no podemos defender nuestra propia patria, no podemos contribuir a la OTAN para la defensa de Europa”.
En ese mismo sentido, el diputado laborista Luke Akehurst apuntó que, si se quisiera defender eficazmente a Londres de un ataque con misiles balísticos, como el que Rusia lanzó sobre la ciudad ucraniana de Dnipro el mes pasado, sería necesario estacionar permanentemente un destructor Tipo 45 en el Támesis, lo cual, hoy, es difícil teniendo en cuenta los limitados recursos existentes.
Indo-Pacifico o Europa: el dilema de la Royal Navy
La crisis operativa de la Royal Navy pone en jaque las ambiciones británicas de actuar como una potencia global.
La continua reducción de su flota de superficie, combinada con un panorama de seguridad cada vez más complejo y desafiante, ante los riesgos que le representan China en el Indo-Pacifico y Rusia en Europa, obliga al Reino Unido a reevaluar sus prioridades estratégicas.
Tal como advierten los propios británicos, los continuos ajustes sobre la flota y sus cronogramas de mantenimiento en astilleros priva no solo a los portaaviones de una defensa cuantiosa, reduciendo su capacidad de acción en teatros de operaciones hostiles, sino que, además, deja al descubierto la propia seguridad de las islas británicas.
Si bien su compromiso con el Indo-Pacífico refleja una visión de largo plazo, su capacidad para mantener esta estrategia adicional dependerá de una toma de decisiones urgentes respecto de inversiones militares y una (re)definición clara de sus objetivos estratégicos. ¿Priorizar la estabilidad de Europa o buscar relevancia global en el Indo-Pacífico? en el corto plazo y sin los medios suficientes para actuar, ambas intenciones no podrán sostenerse.
De esta manera, las próximas acciones del gobierno británico no solo determinarán el alcance de su poderío naval, sino también la relevancia del Reino Unido en un mundo complejo y en permanente cambio. ¿Será un líder global o una potencia regional en busca de su nueva identidad?