Quienes sostienen que Hamás buscaba una victoria militar sobre Israel están equivocados. Es evidente que la organización terrorista no perseguía este objetivo. Burlar el sistema de inteligencia y defensa de uno de los Ejércitos más sofisticados del mundo no constituye una derrota militar. La rápida contraofensiva israelí demuestra fehacientemente que Israel estuvo lejos de sufrir una derrota en estos términos.
Hamás efectivamente buscaba la pérdida de poder de Israel. Ahora bien, para realmente comprender qué perseguía la organización terrorista con su accionar, debemos preguntarnos qué entiende Hamás por poder.
El poder es un concepto que puede adoptar numerosas definiciones. El poder puede ser militar –como se lo entiende en términos convencionales–, pero también puede ser de control de recursos, territorial, o incluso adoptar nociones más abstractas, siendo influencia, autoridad, o fuerza.
Hamás era plenamente consciente que restarle poder militar a Israel era imposible. Lo que sí era plausible era la pérdida de poder israelí en términos de legitimidad. En otras palabras, lo que Hamás buscó con los ataques del 7 de octubre era la pérdida de legitimidad de Israel en el orden internacional.
Para entender esto hay que partir de la base de la Carta Fundacional de Hamás. Publicada en 1988, The Atlantic la resume en los siguientes pilares:
- La completa destrucción de Israel como una condición esencial para la liberación de Palestina y el establecimiento de un estado teocrático basado en la ley islámica (Sharía),
- La necesidad de una guerra santa (yihad) incesante y sin restricciones…,
- El desdén deliberado y rechazo de cualquier solución negociada o acuerdo político entre los reclamos judíos y musulmanes sobre “la Tierra Santa”,
- El refuerzo de las calumnias históricas antisemitas y teorías conspirativas.
¿Cómo podía Hamás cumplir su objetivo máximo de “completa destrucción” de Israel cuando la vía militar era irrealizable? Atacando su legitimidad. Esto es lo ha logrado con creces, probablemente más de lo que la organización hubiera imaginado. Algunos ejemplos de los hechos posteriores al 7 de octubre lo demuestran ampliamente.
A nivel regional, en septiembre, el premier israelí Netanyahu declaraba haber alcanzado un acuerdo de paz histórico con Arabia Saudita que alentaría “una reconciliación más amplia entre el judaísmo y el islam.” El proceso impulsado por los Estados Unidos y alentado por el enfrentamiento compartido contra Teherán habría logrado la sexta normalización de relaciones diplomáticas de Tel Aviv con un país árabe. Además, se habría consolidado como un paso clave para la estabilidad y diplomacia en Medio Oriente dada la influencia de Arabia Saudita en el mundo islámico al ser la sede de los dos principales lugares santos del islam: La Meca y Medina.
No obstante, luego de los acontecimientos del 7 de octubre, Riad anunció el congelamiento del acuerdo con Tel Aviv y se unió a la condena conjunta de nueve países árabes contra el accionar israelí en Gaza. La interrupción del proceso de normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudita, del fin del aislamiento diplomático de Israel en la región, y la consecuente deslegitimación del espíritu iniciado por los Acuerdos de Abraham –a partir del cual Israel había normalizado sus relaciones diplomáticas con ciertos países árabes– constituyeron la primera victoria de Hamás.
En segundo lugar, las acciones de Hamás y la respuesta israelí produjeron fervientes manifestaciones masivas en Medio Oriente. Sin embargo, son de especial relevancia las demostraciones multitudinarias en países de mayoría musulmana, tales como Egipto, Jordania, Bahrein, Turquía, y Marruecos, que mantienen relaciones diplomáticas con Israel.
Los ataques de Hamás del 7 de octubre han situado a estos países en una posición crecientemente incómoda. La normalización de relaciones bilaterales con Israel los obligó a adoptar posiciones menos críticas que sus vecinos que no reconocen a Tel Aviv. Sin embargo, esta postura colisionó con las demostraciones civiles multitudinarias en contra de Israel y en favor de la causa palestina.
La situación se tornó particularmente amenazante en estos países dado su carácter autoritario, donde las demostraciones masivas podrían transformarse en canales de politización y, consecuentemente, amenazar el statu quo reinante. La presión sobre los líderes autoritarios se vislumbró, por ejemplo, en Bahréin y Egipto, que han permitido las enérgicas manifestaciones pro-Palestina a pesar de que la protesta está prohibida por ley. La creciente incomodidad y amenaza en las autocracias que han normalizado sus relaciones con Israel constituyeron otra victoria para Hamás.
En tercer lugar, las acciones de Hamás han tenido importantes repercusiones en Occidente. Aliados estratégicos de Israel tales como Francia, Alemania y el Reino Unido han sido escenario de multitudinarias protestas reclamando un alto al fuego. Incluso las autoridades han prohibido algunas argumentando una naturaleza “anti judía”, en un contexto de repunte del antisemitismo en el continente.
Mismo en Estados Unidos, aliado clave de Israel, la situación también se ha tornado crecientemente tensa. Los campus universitarios se han convertido en escenarios de enfrentamientos diarios entre protestas pro-Israel y pro-Palestina, y el apoyo decisivo de Biden a Israel le ha costado importantes pérdidas en su intención de voto entre demócratas y jóvenes. Y en América Latina –históricamente en favor de una solución de dos estados–, países como Bolivia, Colombia y Chile han tomado firmes medidas como el fin de las relaciones diplomáticas, el retiro de embajadores, y férreas críticas al accionar israelí.
Las repetidas confrontaciones en ámbitos educativos y en las calles, y las crecientes demandas de las sociedades en torno a la cuestión israelí-palestina crearon una situación dificultosa para los Estados occidentales. El costo de mantener el compromiso con Israel ha aumentado, concluyendo otra victoria para Hamás.
En conclusión, el accionar de Hamás ha sido increíblemente eficaz en su objetivo de atacar el poder de Israel en términos de legitimidad. El ataque terrorista y la respuesta israelí han interrumpido el proceso de normalización de relaciones diplomáticas de Tel Aviv en Medio Oriente, aumentado la presión sobre líderes autoritarios que reconocen el Estado de Israel, suscitado tensiones en países occidentales e incrementado los costos de los aliados de Israel para mantener su compromiso con Tel Aviv. La pérdida de legitimidad de Israel en el orden internacional luego del 7 de octubre difícilmente sea compensada por sus victorias militares en su contraofensiva en Gaza. La tarea futura que le depara a Israel es de carácter monumental: reconstruir su poder de legitimidad.