Los resultados del fin de semana expresan una realidad que se ha extendido a lo largo de Europa en los últimos tiempos: la fuerte fragmentación del electorado entre el europeísmo, el euroescepticismo, y la postura directamente pro-Rusia.
Maia Sandu, presidente de Moldavia desde diciembre de 2020, obtuvo la victoria en ambas votaciones, ya que se impuso por una diferencia del 16,47% (42,45% contra 25,98%) sobre el candidato opositor Alexandr Stoianoglo y logró a duras penas (con el 50,46%) el triunfo del SÍ ante la cuestión de agregar una cláusula constitucional que declare la intención de unirse a la Unión Europea. Sin embargo, ésta última terminó siendo mucho más reñida de lo anticipado y la primera deberá ser ratificada en una segunda vuelta el 3 de noviembre ya que ninguno de los candidatos superó el 50% de los votos.
Al poco tiempo de haberse conocido los resultados, la mandataria declaró, con apoyo de la Unión Europea, que las elecciones habían sido interferidas significativamente por el Kremlin, que presuntamente habría comprado los votos de alrededor de 150.000 ciudadanos, con la ayuda del fugitivo empresario pro-ruso Ilan Shor, quien ya ha sido sancionado por la Unión Europea previamente debido a sus intentos de desestabilizar el sistema político moldavo.
Si bien aún el gobierno de Sandu no ha presentado evidencias de una interferencia y manipulación sistemática de los votos, y desde Moscú las acusaciones han sido desestimadas, son de público conocimiento los distintos métodos que el gobierno de Vladimir Putin utiliza para intentar influenciar los resultados electorales de otros países, como ciberataques, campañas de desinformación, o financiamiento de dirigentes políticos anti-occidentales, entre los cuales probablemente se encuentre el Partido Socialista de Moldavia y el candidato opositor Stoianoglo.
Moldavia es un país que vive muy de cerca el desarrollo de los acontecimientos en Ucrania, y que posee históricos lazos con la nación rusa, además de la famosa región separatista abiertamente pro-Rusia de Transnistria. En este sentido, las preocupaciones sobre la injerencia rusa en el futuro político del país y la necesidad de contar con el apoyo del ‘‘mundo libre’’ europeo se han vuelto primordiales, sobre todo teniendo en cuenta cómo se desarrollaron los acontecimientos en Ucrania desde la ‘‘Revolución Naranja’’ hasta la actualidad.
Lo cierto es que los resultados del referéndum, por más o menos honestos que sean, indican una división de Moldavia entre aquella mitad del país que quiere integrarse a la UE y seguir el modelo de las democracias liberales, y aquella otra mitad que prefiere mayor soberanía nacional o directamente virar hacia Moscú.
Hechos similares están sucediendo en todas partes de Europa: las altas tasas de ausentismo en una gran cantidad de países a la hora de votar a los representantes en la UE (sólo once casos han superado el 50% de participación), el triunfo de las coaliciones más euroescépticas y menos globalistas en el Parlamento de Bruselas, así como los triunfos de los distintos partidos de derecha son indicadores del debilitamiento de lo supranacional a los ojos de la opinión pública.
Por supuesto, la diferencia es que en un país que tiene a Rusia haciendo la guerra a la vuelta de la esquina, el aislamiento en búsqueda de soberanía podría resultar fatal y poner en juego esa soberanía.