En el año 2017, el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, aseguraba que “quien domine la Inteligencia Artificial dominará el mundo“, comparándola al proyecto de misiles nucleares de la década de 1950 para la Unión Soviética. Esta afirmaciones del líder ruso está hoy más vigente que nunca.
Sin lugar a dudas, en este último año los avances en términos de Inteligencia Artificial (IA) fueron notorios. Con la salida al público masivo de herramientas como Chat GPT o Google Bard, entre otras, el mundo ha podido comprobar el poder computacional que estos avances representan.
Automatizar calendarios, desarrollar artículos académicos, editar videos e incluso trucar fotografías son algunas de las acciones que la IA hace posibles. Es evidente que los límites a la imaginación y la inventiva tienen un nuevo horizonte a partir de esta nueva era. Pero ¿escapa esto a un área tan sensible como la Defensa o la Seguridad Nacional? Definitivamente no.
¿Cómo puede actuar la IA?
La Inteligencia Artificial es, justamente, inteligencia. Si nos apegamos a la definición de la Real Academia Española, entendemos a la inteligencia como “la facultad (de la mente) que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad”. Esta definición nos permite comprender de manera más clara por qué se llama “inteligencia” y cuáles son los campos de acción de la misma.
Desde diseñar una estrategia, localizar con máxima precisión unidades enemigas y desarticular problemas, hasta generar mejoras técnicas considerables son innovaciones que puede ejecutar un sistema de IA de alto nivel en el campo de la Defensa. El punto interesante aquí es preguntarnos “para quién”, y quizás esto sea lo más sensible del tema.
Existen dos órdenes de competencia para un Estado: el resto de los Estados y los actores no gubernamentales, ya sean éstos subversivos, terroristas o de crimen organizado. Todos estos actores, sean o no Estados, a partir de este año, pueden hacer uso aunque sea de las herramientas de IA más básicas, lo que plantea un escenario de total exposición al riesgo para un país.
En cuanto a los Estados, la competencia es mucho más previsible, ya que se asemeja a otros órdenes de carreras armamentísticas en los cuales el poder económico y los recursos tecnológico-científicos permiten una ventaja hasta incluso lógica. No obstante, si bien no debemos subestimar esta competencia, lo cierto es que es más fácil entender cómo se desarrolla e incorporarla a una estrategia propia de desarrollo y contención.
Es el caso de los actores no estatales, éstos pueden representar un riesgo más radical. En un principio, dada la poca previsibilidad que presentan estos grupos; pero, además, debido a la facilidad de acceso a la información, a la cual antes podían poseer, pero con mayores riesgos y costos. Desde la manera óptima de construcción de armas químicas, hasta mejoras en sus finanzas, una organización de este tipo puede volverse en un aparato mucho más poderoso, transformándose así en una hipótesis de conflicto que actúe de forma tangencial a la política nacional.
Es por esto que resulta pertinente ponernos de acuerdo en que la IA es un tema de vital importancia para la agenda de cualquier nación, aunque sin duda más para Argentina, que no está acostumbrada a vivir con el rigor de hipótesis de conflicto activas, por más de que las haya.
Además, esto no debería de ser un elemento de resguardo y de introversión, sino una herramienta más que alimente el desarrollo nacional. Será de esta forma que podremos estar a la altura de toda conversación sobre el futuro.