En agosto de 2022, al intentar dirigirse a Estados Unidos para realizar ejercicios conjuntos con la Marina canadiense y la Armada y la Infantería de Marina de los Estados Unidos, el portaviones británico HMS Prince of Wales sufrió graves daños en la alineación de sus ejes y en la hélice de estribor, además de en el timón, que lo obligaron a anclar y a ser llevado en octubre a Rosyth en Escocia para que lo repararan. Su lugar en los ejercicios lo tomó el Queen Elizabeth.
Desde que fue puesto en servicio en diciembre de 2019, el buque insignia de la Marina real británica ha sufrido numerosos y costosos daños y pasó el 75% del tiempo en puerto. El enorme buque, de 280 metros de eslora y un desplazamiento de 70.000 toneladas, había emprendido su viaje a Estados Unidos de manera forzada para cumplir con la agenda política del Ministerio de Defensa.
Las reparaciones se estiman en 25 millones de libras, más de 31 millones de dólares, y se suman al costo inicial de £3.200 millones y a reparaciones por £3,3 millones llevadas a cabo en 2020. Además, hay que tener en cuenta que el costo de operación promedio de los dos portaaviones británicos es de £96 millones por año. Durante el tiempo en puerto se le realizará un Programa de Inserción de Capacidades (CIP) que incluye mejoras electrónicas asociadas a la aviación.
Mientras se llevan a cabo reparaciones con el objetivo de volver a tenerlo en funcionamiento para el otoño boreal de 2023, algunas de sus partes fueron utilizadas para reemplazar elementos rotos o desgastados del otro portaaviones británico de la misma clase, el Queen Elizabeth.
Filtros de gas y aceite y cadenas necesarias para mover los aviones del hangar hacia la borda fueron colocados en su buque gemelo para asegurar su funcionamiento adecuado y permitir su participación en los ejercicios CSG23 a mediados de mayo.
Esta práctica, llamada a veces “canibalización”, no es algo raro en la mayoría de las armadas del mundo. Muchas de las partes manufacturadas para portaaviones, y también para otros tipos de buques de guerra especializados, se producen en muy pequeñas cantidades y es muy costoso, si no imposible, conseguir repuestos en un corto plazo.
Si bien en un mundo ideal la Royal Navy debería tener un inventario de piezas para todas sus naves, limitaciones de presupuesto hacen que sea práctico tomar partes de las embarcaciones no activas para asegurar que las naves en primera línea puedan navegar. Además, los repuestos se abaratan si el proveedor tiene más tiempo para fabricarlos.
Críticos argumentan que esta práctica puede conllevar costos todavía mayores debido a las tareas de remoción de partes, que a veces implican quitar otras piezas antes para poder conseguir acceso; el proceso de recolocación; los posibles daños en los que se puede incurrir con estas tareas y la anulación de las garantías con algunos proveedores.
La Royal Navy confía en que el Prince of Wales vuelva a la actividad hacia agosto así puede participar de los ejercicios Westlant23 en Estados Unidos donde finalmente completará las pruebas atrasadas por los inconvenientes técnicos. Estas consistirán en ensayos de despegues cortos y aterrizajes verticales (STOVL) de los aviones de combate F-35, para los cuales está destinado el portaaviones, además de ensayos experimentales con aeronaves no tripuladas.
La meta principal es tener al Prince of Wales disponible en las mejores condiciones para el año que viene ya que el Queen Elizabeth, botado en 2014, se prepara para su primer reacondicionamiento. El objetivo es que esta clase forme parte activa de la flota británica hasta 2050.
Los altos costos de mantenimiento y construcción de portaaviones se justifican debido a la ventaja estratégica que implica tenerlos y la proyección de poder que permiten. Hoy en día solo 7 naciones cuentan con portaaviones completos activos y la clase Queen Elizabeth se encuentra entre los más sofisticados, superados solo por los estadounidenses y la nueva clase china que se encuentra en fase de equipamiento.