Desde aproximadamente abril de este año, los funcionarios y diplomáticos de Estados Unidos fueron dejando de usar el término “decoupling”, o desacople, para referirse a la política con China. El objetivo por alcanzar en la relación con China se moderó y pasó a definirse como “de-risking”, eliminar los riesgos o “des-arriesgar”, si se quiere, algo de lo que la diplomacia europea viene hablando desde al menos enero cuando Ursula Von der Leyen dio un discurso en Davos delineando su postura. Este cambio en la terminología muestra en realidad un cambio en la estrategia.
El desacople implicaba una separación radical. Disminuir al máximo los lazos con China para mejorar la economía y seguridad de los Estados Unidos y su posición en el escenario mundial. Esto, sin embargo, se ha mostrado como casi imposible, además de indeseable.
Por un lado, hay que tener en cuenta que la economía de China es muy grande y esta muy ligada a la de Estados Unidos. China fue el principal origen de las importaciones norteamericanas en 2022 con 536 mil millones de dólares, creciendo un 6,3% respecto al año anterior. Además, la nación asiática es el mayor fabricante de bienes del mundo, con una producción equivalente a la de todas las fábricas estadounidenses, alemanas y japonesas juntas. Un eventual desacoplamiento generaría desabastecimiento y más inflación.
Otro problema que presentaba la estrategia de decoupling es que escalaría violentamente la tensión entre ambas potencias y forzaría a todos los países del mundo a tomar una posición más clara en la dicotomía EEUU-China.
Además, desacoplar las economías le quitaría herramientas en el juego de poder a Estados Unidos que con una economía separada de la de China, así como deja de ser tan vulnerable en algunos campos, pierde la posibilidad de implementar sanciones económicas que afecten al país asiático. Para decirlo de otra manera, la interdependencia económica entre Estados Unidos y China benefician la seguridad de ambos Estados y actúan como un elemento disuasorio.
También hay que tener en cuenta que el comercio en general no representa una amenaza para la seguridad nacional. Para enfrentar a China en la puja hegemónica mundial de este siglo, Estados Unidos no necesariamente tiene que cortar de pronto cualquier relación comercial. Intercambiar heladeras, ropa o juguetes no pone en peligro los intereses norteamericanos.
Por eso ahora se habla de “de-risking”, término traído del mundo financiero, por el cuál Estados Unidos se refiere a mitigar las vulnerabilidades que generan los lazos económicos profundos con China en algunos sectores críticos. Si bien no hay un concepto definido oficialmente esta política puede ser entendida mirando alguno de sus objetivos.
Por un lado, reducir los intercambios en materias de tecnologías de última generación con la esperanza de mantener a Estados Unidos como centro mundial de la innovación y evitar que China se beneficie de su know-how. Esto tiene una dimensión económica pero también militar, ya que Estados Unidos busca también mantenerse con el liderazgo evitando que China acceda a tecnologías avanzadas que pueden tener aplicaciones militares.
Bajo el paraguas del de-risking también se incluyen otras industrias estratégicas como los minerales, la energía, la biotecnología y la tecnología de la información. En el campo de la tecnología de la información donde concentra sus esfuerzos Estados Unidos es en los semiconductores, la inteligencia artificial y la computación cuántica. Las empresas estadounidenses siguen siendo los líderes del mercado aquí, pero las instituciones chinas están redoblando sus esfuerzos para ponerse al día.
Dos datos lo dicen todo: primero, la financiación china para la IA al menos iguala a la del Pentágono. En segundo lugar, China representa la mitad del financiamiento público mundial para la computación cuántica, siete veces más que Washington.
Para implementar el de-risking, el gobierno norteamericano tiene varios mecanismos. Por un lado, el año pasado ha vuelto a utilizar, por primera vez desde la guerra fría, controles de exportaciones: esta vez en la industria de semiconductores. También buscara robustecer su política industrial como ya viene haciendo con la Inflation Reduction Act, y atraer inversiones que previamente hubiesen ido a abrir fábricas en China.
También deberá intensificar la cooperación con aliados para actuar conjuntamente sobre China y controlar en la medida de lo posible las provisiones de bienes y conocimientos estratégicos. Un desafío será bloquear la transferencia de conocimientos, algo mucho más difícil que detener la exportación física de bienes sensibles.