A pesar del espectacular crecimiento económico de la India en las décadas recientes, la economía china sigue siendo casi cinco veces mayor. A ello se le agrega un déficit comercial crónico del país del Ganges con respecto a su potencia vecina. Para ponerlo en números, en 2023 las exportaciones indias a China alcanzaron los 15.33 mil millones de dólares, mientras que las importaciones sumaron 98.5 mil millones. Aunque India intenta reducir su dependencia de China, este país sigue siendo un proveedor crucial para sus diversas industrias.
India, bajo el liderazgo de Narendra Modi, se presenta como una potencia con un enfoque moderadamente revisionista, que no se siente completamente integrada ni beneficiada por el orden internacional establecido desde 1945. En este contexto, India ha estrechado sus lazos con Estados Unidos, especialmente en relación con su proyección en el Indo-Pacífico. Al mismo tiempo, mantiene colaboraciones con países como Rusia, Irán e incluso China en ocasiones, y explora formatos alternativos de diálogo, excluyendo a Estados Unidos y sus principales aliados, tales como los BRICS o la Organización de Cooperación de Shanghái.
No obstante, la rivalidad con China persiste y se manifiesta en tensiones a lo largo de los conflictos fronterizos recurrentes y en una creciente competencia por la influencia regional. Esta relación conflictiva subraya la compleja dinámica que India enfrenta en su política exterior y en su búsqueda de una mayor presencia y autonomía en el escenario global.
En ese sentido, India ha tratado de resistir los intentos de China de transformar al BRICS en un respaldo para su agenda geopolítica, que incluye la promoción de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, la Iniciativa Global de Desarrollo y una retórica explícita contra Estados Unidos. En cambio, ha dirigido las discusiones y actividades del BRICS hacia proyectos de cooperación económica y financiera entre países en desarrollo, iniciativas para disminuir la dependencia global del sistema financiero basado en el dólar estadounidense y reformas en las instituciones financieras internacionales para dar mayor voz y representación a los países en desarrollo.
Quizás el punto de mayor fricción entre ambas es la actual competencia en la región del Indo-Pacífico, donde China ha ampliado su influencia mediante la construcción de una red de instalaciones militares y comerciales, conocida como el “collar de perlas”. Esta red estratégica, que abarca desde el Pacífico hasta el Mediterráneo, refuerza la posición de China en una región históricamente dominada por India.
Tanto Sri Lanka como las Maldivas tienen una porción considerable de su economía comprometida con préstamos chinos. Estas dependencias debilitan la influencia de India en su entorno regional cercano, y son ejemplos destacados de la estrategia de “trampa de deuda” con la que China expande su influencia global. A tal efecto, las inversiones chinas en la región obligan a Nueva Delhi a enfrentar una competencia económica en la que podría verse en desventaja, dada la abrumadora capacidad financiera de Pekín.
Asimismo, el estrecho vínculo entre China y Pakistán es el motivo de especial preocupación para India. Pekín ha invertido alrededor de 60.000 millones de dólares en infraestructura pakistaní a través del corredor económico China-Pakistán, que es parte de la Nueva Ruta de la Seda. Este megalómano proyecto de infraestructura, que incluye el puerto de Gwadar como punto focal, proporciona a China una salida al Mar Arábigo y genera temores en India de que este puerto podría ser utilizado en el futuro para operaciones navales chinas. Esta creciente influencia por parte del país mandarín para abrir nuevas rutas y nuevos mercados se basa en sustentar su economía interdependiente de materias primas, energía y alimentos de otros países.
Evidentemente, frente a este estado de situación, India sigue decidida a impedir la hegemonía china en Asia, insistiendo una y otra vez en que un mundo multipolar empieza por una Asia multipolar, y buscando alianzas con diversos países, entre ellos Estados Unidos y la Unión Europea.
En relación a ello, ha implementado una estrategia de contraataque denominada “collar de diamantes”, cuyo objetivo es rodear y contrarrestar la influencia de China. En el marco de esta estrategia, India está ampliando su presencia naval y fortaleciendo sus relaciones con países situados en puntos estratégicos. Como parte de estos esfuerzos, ha asegurado acceso a varios puertos clave, incluyendo la Base Naval de Changi en Singapur, el puerto de Sabang en Indonesia, el puerto de Chabahar en Irán y el puerto de Duqm en Omán. Además, India planea obtener acceso militar seguro a la Isla de la Asunción en Seychelles.
En definitiva, aunque la confrontación entre India y China no alcanza la intensidad de la enemistad entre India y Pakistán, la rivalidad en la actualidad está marcada por intereses estratégicos y disputas territoriales que reflejan una complejidad que va más allá de la simple confrontación militar.
Tensiones fronterizas
India y China comparten una extensa frontera de más de 3.400 kilómetros, lo que intensifica la rivalidad entre ambos gigantes asiáticos. La Línea de Control Actual (LAC), que actúa como frontera de facto, es un área frecuentemente conflictiva. En 2020, las tensiones se exacerbaron con una confrontación en el valle de Galwan, que resultó en la muerte de 20 soldados indios y cuatro chinos. Este enfrentamiento marcó el primer incidente con víctimas fatales en la región desde 1975.
El conflicto entre India y China tiene raíces que preceden la independencia de India como nación. Las disputas territoriales datan de la era del Raj Británico. En 1914, se alcanzó un acuerdo entre representantes británicos y el Reino del Tíbet, que estableció la Línea McMahon como límite divisorio. Sin embargo, China, que posteriormente ocuparía el Tíbet, nunca reconoció este acuerdo.
Por otro lado, Pekín reclama la soberanía sobre el estado indio de Arunachal Pradesh, el menos densamente poblado de India, al que denomina “Tíbet del Sur”. Mientras tanto, Nueva Delhi acusa a su vecino de ocupar 38.000 kilómetros cuadrados de su territorio en la inhóspita región de Aksai Chin. Estas tensiones territoriales desembocaron en un conflicto armado en 1962, que culminó con un alto el fuego unilateral y la derrota de India.
A pesar de los esfuerzos diplomáticos para resolver la situación, las tensiones en la frontera han persistido. Los incidentes esporádicos y la creciente rivalidad geopolítica y económica entre ambos países continúan exacerbando la situación.
Conclusión
En definitiva, la relación entre India y China sigue siendo un delicado equilibrio entre competencia y cooperación. A pesar del impresionante crecimiento económico de India, la superioridad económica y financiera de China, combinada con su estrategia de “trampa de deuda” y su expansión en la región del Indo-Pacífico, representan desafíos significativos para Nueva Delhi. Mientras India busca contrarrestar la influencia china mediante alianzas estratégicas y una mayor presencia militar en la región, también enfrenta la complejidad de gestionar su dependencia económica de Pekín. La rivalidad entre estas dos potencias asiáticas no solo define la dinámica regional, sino que también tiene implicaciones profundas para el equilibrio de poder global. La capacidad de India para navegar este escenario, resistir la presión china y reforzar su posición internacional será crucial en los próximos años.