La guerra que comenzó “formalmente” el 24 de febrero de 2022 con la invasión de Rusia a Ucrania no sólo ha conmovido la geopolítica global de manera a mi juicio decisiva, sino que hizo lo propio con miradas sobre el uso de la fuerza militar de la OTAN. En este último aspecto, hay múltiples consideraciones que van desde la falta de previsión que la organización atlántica tuvo para disponer de hombres y medios en condiciones de afrontar guerras de alta intensidad y larga duración en el propio suelo europeo, hasta la cuestión de cómo sostener a la OTAN medianamente unida ante la guerra.
Entre las lecciones de esta guerra para la Argentina encontramos, en primer lugar, a la guerra en sí como una herramienta política absolutamente vigente. En la Argentina se observa a la guerra como una situación improbable donde un país invadirá al país, y eso ha llevado a que se practique un desarme unilateral evidente y sostenido, olvidando cuestiones tales como otras amenazas que requieren el empleo del recurso militar tanto en el interior del país como fuera de sus fronteras, en acciones internacionales más allá de la irrelevante participación en misiones de Naciones Unidas donde la demanda profesional es nula desde el punto de vista militar.
En segundo lugar, debemos tener en cuenta el tiempo que demanda contar con una fuerza militar en condiciones de pelear. Hay un refrán en el ejército que dice mas o menos así: “guerra hay una vez cada 100 años y competencias hípicas todos los años”. Contar con una fuerza adiestrada requiere años, muchos años de continuidad y de generar expertos que transmiten conocimientos de generación en generación.
En tercer lugar, cabe destacar el balance necesario en la generación de fuerzas. En pocos días de combate, Ucrania se quedó sin fuerza aérea y sin fuerza naval. Argentina cuenta con toneladas de planes sobre aumentar las capacidades, pero sigue teniendo despliegues organizacionales propios del siglo XX y ninguna orientación seria de un diseño de fuerza que responda a criterios del siglo XXI.
Por último, se encuentra la importancia de tener alianzas para generar sinergia militar. Ucrania sobrevive exclusivamente por la ayuda militar que recibe del exterior, y Argentina carece de relaciones militares sólida con ningún país. Todo lo que se puede mostrar son acciones irrelevantes a la hora de pensar en un instrumento militar acostumbrado a las operaciones con otras naciones. Esta situación se agrava debido a la brecha de capacidades militares entre Argentina y sus vecinos, fundamentalmente con Brasil y Chile, tanto en medios como en la capacidad de generar doctrina.
En Argentina, la guerra europea es lisa y llanamente ignorada por los estamentos “profesionales” dedicados a los temas de la Defensa, sean estos tanto políticos como militares. Ni siquiera es abordada al estilo chileno, donde un oficial de sus Fuerzas Armadas comenta la guerra por YouTube en nombre del Ejército de su país de manera constante, y también es entrevistado por medios europeos sobre lo que ocurre. Nada de eso sucede en Argentina.
Incluso en el ámbito de la Universidad de la Defensa Nacional, un lugar donde priman más las cuestiones de género y diversidad cultural que las propias de la Defensa, el espacio dedicado al análisis de la guerra es mínimo y, a mi juicio, absolutamente irrelevante. Algo que también se aplica a los “think tanks” que bajo pomposos títulos siguen como observatorios, o bien como centros de estudios los temas internacionales. La guerra como tal solamente tiene una aproximación de tipo coyuntural, como excusa para discutir si vamos a una multipolaridad equilibrada o no; pero la guerra en sus aspectos operativos y como fuente de enseñanzas es absolutamente ignorada.
¿Por qué ocurre eso entre nosotros? A esa pregunta respondo con otra ¿Por qué debiera ser de otro modo entre nosotros? Argentina desde mucho antes de 1983 carece de aproximación seria a los temas de la Defensa. Antes de dicho año, cada una de las Fuerzas Armadas decidía lo que compraba y lo hacía la más de las veces con el nivel de profesionalidad que sería el propio de un niño que va a una juguetería y compra lo que le deslumbra… Sin pensar en cosas “menores” como costos de mantenimiento y amortización, posibilidad de integrar el equipo con otros sistemas propios y de las diferentes FFAA, real necesidad del mismo, etcétera.
Con el regreso de la Argentina a los carriles constitucionales, al menos en lo que hace al voto popular, la política, con lógica, buscó de inmediato medios legales para afirmar su indiscutible supremacía sobre una corporación militar que desde 1930 no dejó de buscar el poder o realizar cuartelazos, deviniendo incluso en combates sangrientos entre las propias fuerzas por la supremacía del poder político. Ese control fue logrado por la política hace años. Si quiere darse una fecha concreta, la del aplastamiento de la asonada carapintada del 3 diciembre de 1990 fue el punto donde sin dudas ese control había sido logrado.
Sin embargo, la política jamás avanzó seriamente en otros pasos que si ocurren en los países donde los temas de Defensa tienen seriedad: despliegue territorial, adecuación de organizaciones, adiestramiento, y, fundamentalmente, qué hacer con ellas ha sido algo que nunca tuvo seriedad. Ello ha generado una cultura absolutamente nefasta en las propias Fuerzas Armadas, que más que actuar como instituciones que buscan innovar, se han convertido en reductos donde el statu quo impera de manera inobjetada.
Así las cosas, tenemos despliegues que responden a concepciones propias de finales del siglo XIX o principios del XX, medios absolutamente obsoletos, estructuras organizativas donde predominan los jefes y muy pocos soldados, y, finalmente, un estado en el que las fuerzas son promovidas como una suerte de ONG «estatal» que existe para asistir a la población en casos de necesidad. La guerra como razón de ser de las Fuerzas Armadas hace décadas que ha desaparecido de la agenda de las mismas fuerzas y de los políticos.
Y esto ocurre en un país que declama que tiene derechos en el Atlántico Sur, que no protege sus espacio aéreo ni siquiera puede saber con certeza quien lo usa en la mayor parte del mismo, o bien que sus fronteras son el hazmerreir de sus vecinos. Y cada administración que asume dice que cambiará el estado de cosas, pero lo que ocurre es que la irrelevancia de la Defensa de Argentina ya ni siquiera es un hecho comentado. Es directamente algo asumido como una constante de la naturaleza de las cosas en el país.
Soy profundamente escéptico en este tema de la Defensa en Argentina. Estoy absolutamente convencido que hace tiempo se ha cruzado el punto de no retorno en el tema, sobre todo porque está profundamente arraigado en la política y en los militares que la Argentina no usará sus Fuerzas Armadas en operaciones de combate jamás. Creo que el futuro de la Defensa en este país es el de su completa asimilación por parte de las Fuerzas de Seguridad Federales. No veo que haya seriedad e intención alguna por adoptar el duro, largo y muy costoso camino de generar unas FFAA que respondan realmente a las necesidades del Siglo XXI y más allá. Como el resto de las cosas en Argentina, el futuro no luce promisorio y, si bien puede esperarse una mejora en otros campos con una administración que sea razonable, en el campo de la Defensa la irrelevancia absoluta es la política que de manera tácita campea entre los políticos.
Argentina ha decidido como bien decía el ya fallecido Carlos Escudé encarar un experimento social por el cual ha optado carecer de una de las herramientas que definen a un Estado: su capacidad de Defensa. En eso andamos y no hay retorno.